No me digas un día que no te amé lo suficiente
porque no pude convertir el agua en vino
y ofrecerte un milagro de vida.
No me digas un día que no te amé lo suficiente,
si no entendiste la magnitud de mis pequeños pasos.
No crucifiques mi amor
si no observaste su verdadero rostro,
si no comprendiste
que de mis labios sólo salían verdades eternas.
No me digas un día que no te amé lo suficiente
porque sólo el tiempo te dirá cuanto te amé.
Porque no habrá día soleado,
ni habrá mar en calma o agitado que no te bese por mí,
que no te recuerde que un día olvidé mi nombre
agoté mis fuerzas
y perdí las esperanzas.
Y aún lloro mis últimas lágrimas.
Porque te he amado con matices extraños
tanto que mi propia conciencia terrenal quedó sorprendida
y tú desconcertado.
Te he amado de todos los modos inventados.
Pero sin duda,
mi sentencia la firmé el día que besé tu alma
sin haber aún besado tus labios.
No me digas un día que no te amé lo suficiente
cuando sólo no pudiste entender amor mío.
No le busques razones coherentes a este amor confuso
porque este amor no empezó caminando de la mano
sobre la faz de la tierra
sino que nació loco besando las estrellas.
No…
No me digas que no te amé lo suficiente
porque sólo buscas respuestas terrenales
a amores invisibles a la materia.
Y no pretendas que de los árboles de cerezas
se produzcan peras.
Y porque mi corazón desea para ti la felicidad más plena
le he pedido al viento,
al sol,
que te besen eternamente…
Y al mar…
al mar las cosas más prohibidas que pueda un enamorado
pedirle al amor y al símbolo de la vida…
Sólo escúchalos…
Pero cielo,
no me digas un día que no te amé lo suficiente
por Dios y por Neptuno
di la verdad…
di la verdad…
di que te amé como jamás nadie te amó.
Publicado en mi libro "Luces y Sombras de mi Arcoiris Literario", páginas No. 22, 23, 24 y 25.
