Claudia Leslie Aguilar
Dicen mis amigos, intentando consolarme
que no me queda la desolación,
qué no es lo mío
porque me perciben fuerte y persistente
por que soy de aquellos seres que luchan sostenida del último aliento.
Por que cuando sea la hora de partir, como dicen en el "poblao"
quizá vuelva del más allá, "pal más acá"
dejando contrariado al médico,
con el certificado de defunción a medias,
y no me daré por vencida:
"lo intentaré una vez más..solo una vez más"
Lo qué no saben,
es que no combino con la desolación
porque aprendí a ser feliz con lo que tenía
(llevaba en el alma, dibujada una sonrisa)
aprendí (y no a tiempo) que para caer y levantarse,
se necesita comprender la importancia de caminar.
De caminar...
Fui feliz,
por que tuve a los seres que me amaron en el momento justo,
me cuidaron a tiempo y cuando caí,
ya me habían enseñado a cuidar de mis heridas, sola.
Era feliz con el canto de las aves,
que le cantan a la vida y al amor,
fui afortunada, crecí a orillas del Arroyo San Juan,
conocí el murmullo y el lenguaje de los riachuelos,
la magia del viento que transita por lugares insospechados
y cómo gran aventurero,
suele traer historias inverosímiles a quién quiera escucharle,
habla de la vida,
las guerras,
la historia del hombre,
de la paz de aquel desierto qué no conozco,
el calor en las sábanas,
el olor al óxido de la sangre
el mágico mundo de los espíritus que lo habitan.
Cuando estás triste,
el viento inesperado te acaricia con amor
y te recuerda que estás !vivo!
!vivo! para continuar...
te recoge de las cenizas
te sopla el hálito de la vida.
Fui feliz con la paz que llevan consigo los bosques
y pude ver, a orillas del río Mamore
el mágico beso del sol y la luna
y mi alma retornaba arrullada a la Madre.
Supe que nada ni nadie tenía nombre, si me encontraba en comunión con ellos.
No puedo evitar esta desolación que me embarga
(y no voy a pedir disculpas al hombre por ello)
Una parte de mi, arde de una extraña fiebre repentina
y agoniza con las selvas,
en los llanos calcinados,
en el canto extinto de las aves,
en la mirada firme y penetrante, ahora triste del jaguar.
El hermoso y fuerte jaguar.
¿Cuantos fuimos jaguares alguna vez?
¿ya no lo recuerdan, hermanos?
¿lo olvidaron?
¿Cómo puedo vivir y evitar la desolación?
no puedo...
si con la muerte o el sufrimiento de ellos,
no solo agonizo,
también muero.
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